martes, 8 de febrero de 2011

Dino y el acervo criollo - Nuestra opinión: muy bueno - por Jorge Luis Fernández para La Nación

Los Saluzzi , ciclo de conciertos encabezados por el bandoneonista Dino Saluzzi. Con Felix "Cuchara" Saluzzi (saxo tenor y clarinete), Jose Maria Saluzzi (guitarra) y Matias Saluzzi (bajo). / Invitado : Nicolas "Colacho" Brizuela (guitarra). / Próxima presentación : mañana, a las 21.30, En la Comedia, Rodriguez Peña 1062.
Nuestra opinión: muy bueno

Dino Saluzzi es una rara avis de la música popular argentina. Habiendo conseguido su primer contrato con el sello alemán ECM, alrededor de 1982, lo primero que entregó dio lugar a una relación que continúa hasta el presente. No sorprende el impacto: aquel debut, Kultrum , suena todavía hoy como la tesis de un visitante de Ganímedes tras una temporada en el Altiplano. Después, Dino consolidó su reputación como gigante de la w orld music; un políglota capaz de alternar entre la milonga y la improvisación ( Senderos , de 2005), o de incorporar elementos andinos a una estructura clásica (la reciente suite El e ncuentro, de 2010).

En cambio, para esta serie de recitales en Buenos Aires junto al trío Los Saluzzi (hermano Félix "Cuchara" en saxo tenor y clarinete; su hijo José María, en guitarra, y su sobrino Matías en bajo eléctrico), al que también se suma Nicolás "Colacho" Brizuela, ex guitarrista de Mercedes Sosa, la idea era rescatar el acervo tradicional de la música criolla. Pero como cabía esperar, nada resulta tradicional viniendo de Saluzzi.

En la segunda de tres presentaciones programadas para este verano porteño, el show se caracterizó por la discreta interacción de los músicos y su estrategia para colorear un repertorio de aires típicos, donde predominaron zambas y milongas. Los intermitentes soplos del saxo de Cuchara, reminiscentes de la balada jazzera, los pasajes entretejidos de arabescos en las guitarras de Colacho y José María, la persistencia del bajo eléctrico y el distintivo fraseo armónico de Saluzzi aspiraban más a un jugueteo con las formas que a su total transformación.

Otra nota distintiva fue Saluzzi mismo, en tanto maestro de ceremonias. Durante los noventa minutos del show no se privó de diatribas (dardos contra el manejo burocrático de la cultura tras presentar a Julio Pane, bandoneonista de la Orquesta del Tango de Buenos Aires), chistes ("cada vez que canto, yo mismo me mando a la policía", dijo antes de ponerse a cantar), poéticas reflexiones y homenajes.

Antes de interpretar "Recuerdo", el orador hizo una sentida evocación a Pugliese, que, respetuosa del espíritu de don Osvaldo, se abstuvo de demasiadas palabras. Saluzzi estiró las posibilidades del tango a medida que expandía el fuelle y, seguidamente, dedicó a Mercedes Sosa una radical versión de la ranchera "Flor de tuna"; el sector gringo de la platea no debió sentirse fuera de casa ante el despertar de pájaros, ululares de clarinete, cuerdas en tensión y el bandoneón más melancólico del mundo, estimulando vistas que conectaban a otros exploradores de paisajes áridos como Bill Frisell y Ry Cooder.

Con la misma naturalidad, el grupo pasó a interpretar chacareras y Dino alentó palmas, como si Los Saluzzi fueran por un instante Los Carabajal. Pero al final, el salteño eligió la majestuosidad de "Gabriel Kondor", aquel carnavalito transfigurado de Kultrum . Arrancó acariciando el motivo central con los márgenes del bandoneón, cautivando a la sala a través de ese frágil lirismo tan suyo, y con la llegada de los demás instrumentos fue moldeándolo hasta alcanzar un carnavalito tradicional. Al comienzo, Saluzzi dijo que los argentinos debíamos "animarnos a despegar de la cuadratura", en referencia al amparo de la tradición; en el cierre, dio acabada muestra sobre cómo desprenderse sin olvidarla.

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